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Por Pablo Guerrero Rodríguez
A nadie parece sorprenderle el desconocimiento que existe por parte de la sociedad de la filosofía, muchos filósofos consienten ese hecho; aceptan menos, sin embargo, que en tal desconocimiento, tienen parte de la culpa. Ciertas circunstancias han obligado a muchos filósofos a bajar las cuantiosas escaleras de sus torres de marfil; para revisar lo que anda pasando allá fuera, y que ha tocado a sus puertas.
Cabe preguntarse lo siguiente: y en esta mínima relación del filósofo con su sociedad, ¿quién resulta ser el más perjudicado? Yo creo que ambas partes. Por un lado, el filósofo resulta agraviado por tener una lánguida voz que apenas llega a unos cuantos, y siente, por lo tanto, que su labor no tiene ningún impacto ni sentido; por el otro lado, la sociedad que ignora a sus humanidades se está condenando a una vida indigna y de servidumbre. Gran parte de la sociedad no sabe la función que una reflexión filosófica les puede otorgar.
La filosofía puede proveer valores para el bienestar social; pero solo una se especializa en nuestra realidad concreta, a saber, la mexicana. Ella puede hablarnos de los problemas existentes en nuestra comunidad y puede proveer valores y conocimientos como las demás, pero no para un hombre en abstracto, sino para un hombre de carne y hueso, que respira cierto aire y que tiene sus pies sobre cierta tierra.
La filosofía mexicana incluye propuestas situadas dentro de nuestra historia; también se ocupa de entender nuestro presente, y ofrece propuestas o respuestas a los percances de la realidad; nace comprometida con el medio que la posibilita, e intentará cambiar su realidad mostrando lo que es injusto, lo que es contradictorio, lo que está desactualizado en el sistema social o las ideas que ese sistema reproduce.
Resulta entonces, que la filosofía mexicana, es una herramienta potente para conocernos como individuos mexicanos, y para darnos, a partir de una autognosis, una conciencia social. Lo anterior no significa que no podamos conocernos a través de otras tradiciones filosóficas; pues hay corrientes como el marxismo, que ha arrojado grandes frutos para el provecho de nuestros hombres; sin embargo, sí pienso que es de las mejores formas para conocer nuestra particularidad. Pues nos permite extraer un saber contextual y pertinente que se adapta a las condiciones materiales y culturales que tenemos; que no copia las ideas filosóficas de cierto pensador o escuela, sino que analiza críticamente su utilidad para resolver nuestras preocupaciones sociales. En este sentido, la filosofía mexicana resulta un buen remedio contra el dogmatismo; pues ella cuestiona la supuesta universalidad de las pretenciosas filosofías eurocéntricas; por ejemplo.
La ignorancia de la importante labor de la filosofía ha dado lugar a reformas de la educación como la RIEMS (Reforma Integral de educación Media Superior) en el 2008; para eliminar a las humanidades, y con ellas a la filosofía, de la preparatoria, del bachillerato y del CCH. Se busca, dice el Dr. Gabriel Vargas Lozano: “privar a los estudiantes de las únicas asignaturas que pueden darles armas para desarrollar un pensamiento reflexivo y crítico tanto sobre el mundo en que viven como sobre sí mismos…”.1 Sumado a esto, como lo mencioné al principio, no se puede eximir a los filósofos de tal reforma, pues ellos, también afirma Gabriel Vargas, no han querido difundir la labor filosófica a la sociedad.
Ahora bien, ¿Por qué el filósofo debería comprometerse con su sociedad? Porque el hombre no es un ser que nazca y se desarrolle con independencia de una comunidad, no es nacido de la generación espontánea; sino que nace dentro de cierta circunstancia que le da realidad, que le provee de todo un pasado que le permite ser, que lo educa, lo acoge, etc. Al respecto dice Leopoldo Zea:
El hombre se debe todo a la comunidad. Es ésta la que le ha traído al mundo, le ha nutrido, le ha educado, le ha hecho partícipe de sus bienes y le ha puesto en posesión de sus derechos. La aceptación de todos estos bienes compromete al individuo con su comunidad. El compromiso no es sólo para recibir los bienes, también lo será para recibir los males, si éstos llegan. El que vive en comunidad por este mismo hecho se compromete con ella. Nadie obliga al individuo a vivir en una determinada comunidad.2