Filosofía y tradición. Memorias de las II Jornadas sobre Filosofía Mexicana e Iberoamericana, Rolando Picos Bovio (coord.), Universidad Autónoma de Nuevo León, México, 2011, 232 pp.
Por Héctor Eduardo Luna López
Filosofía y tradición. Memorias de las II Jornadas sobre Filosofía Mexicana e Iberoamericana, es un libro coordinado por Rolando Picos Bovio profesor e investigador de filosofía en la Universidad Autónoma de Nuevo León y publicado bajo el sello de esta misma universidad en 2011. Como su nombre lo indica, son las memorias de un evento celebrado del 24 al 26 de febrero de 2010 en la ciudad de Monterrey, en torno a la filosofía mexicana e iberoamericana, y que agrupó a investigadores y filósofos mexicanos de varios puntos del país: Nuevo León, Guanajuato, Zacatecas, Chiapas, Distrito Federal, Michoacán y Puebla.
El libro está conformado por doce capítulos repartidos en tres secciones que se titulan: 1. “Filosofía Mexicana: Tradición, innovación y persistencia”, 2. “Pensamiento novohispano y ethos barroco” y 3. “Entre Europa y América: La filosofía Iberoamericana en su circunstancia”. A continuación me enfocaré en algunos textos y autores del libro, pues sería imposible dar el mismo tratamiento a todos sin ser superficial o abarcar bastante tiempo. Mi criterio de selección está basado en el hecho de que representan de manera importante la sección a la que pertenecen y, en general, nos transmiten el espíritu del libro.
Para hablar propiamente del contenido de esta obra, quiero comenzar con el trabajo del Dr. Victórico Muñoz, profesor de la FFyL-UNAM, titulado “La Filosofía Mexicana entre la tradición y la innovación”, donde trata directamente el tema de la tradición, como propone el nombre del libro.
En su texto hace una preparación previa del terreno que va a analizar, bosquejando una historia de la filosofía mexicana desde el momento en que considera que podemos hablar de un saber propiamente mexicano[1]. Nos da un recorrido por los autores fundamentales y las tendencias de la filosofía mexicana del siglo XIX hasta nuestros días: Gabino Barreda y el positivismo; Justo Sierra y su mexicanización del saber; Antonio Caso y José Vasconcelos, su llamado a hacer filosofía propia, a la mexicana; Samuel Ramos y sus análisis de la cultura en México; José Gaos, el historicismo y el circunstancialismo; el surgimiento del Grupo Hiperión y sus figuras relevantes entre quienes destacan Luis Villoro y Leopoldo Zea, entre otros.
Una de las tesis principales del Dr. Victórico -y creo que de las más interesantes del libro- es aquella que anuncia desde las primeras páginas, y cito: “A mi juicio, en términos generales, por su desarrollo histórico la filosofía mexicana y latinoamericana se encuentran en un momento de consolidación y creación muy particulares”[2]. Con esta idea, el autor sostiene implícitamente que los viejos debates sobre la existencia de la filosofía mexicana y su legitimación es un asunto concluido. Así lo confirma más adelante cuando propone entender a la filosofía mexicana desde tres núcleos teóricos: a) Núcleo epistemológico, b) Núcleo de la historia de las ideas y c) Núcleo de los desarrollos filosóficos propios. En el primer núcleo es donde se ha discutido la posibilidad, originalidad y autenticidad de una filosofía propia. Superado ese núcleo se pasa al de la historia de las ideas, donde se hace un rescate del pensamiento filosófico mexicano, los autores, ideas y tradiciones. Luego, viene el tercer núcleo, en donde ya no se cuestiona si es posible pensar como mexicanos, ni se hace historia de nuestro pensamiento, sino que se ofrecen propuestas nuevas y propias.
En ese sentido, el texto de Victórico Muñoz nos ofrece una lúcida reflexión sobre la distinción entre Filosofía en México y Filosofía Mexicana. A mi juicio, logra explicar estas categorías con mucha claridad, lo que le servirá bastante a los estudiantes, profesores e investigadores de la filosofía que todavía hoy dudan de que exista un pensamiento auténtico, al que pueda etiquetársele como mexicano. A partir de los criterios que nos ofrece, podemos concluir que hacer filosofía mexicana no significa ser mexicanistas, es decir, estudiosos de los autores mexicanos ni de los problemas de “lo mexicano” como antaño hicieron los miembros del Grupo Hiperión, sino que hacer filosofía mexicana implica tener conciencia del momento en que se filosofa, su circunstancia y los problemas que ésta contiene, así como la superación de los núcleos teóricos que propone. Comprender que una filosofía propia no es aquella que importa o adapta filosofías pensadas en otra y para otra realidad, sino aquella que tiene ideas que resuelven los problemas propios; comprender que hacer filosofía mexicana depende del modo o la forma en que la hacemos, no de los contenidos. De este modo, el autor logra sostener que hoy en día la filosofía mexicana se halla consolidada y está ofreciendo aportes interesantes, incluso de alcance global. De ahí que para el autor, la filosofía mexicana se encuentra entre la consolidación de una tradición y la apuesta por la innovación.
Otro autor al que quiero mencionar esRaúl Trejo Villalobos de la Universidad Autónoma de Chiapas, quien escribe“Siglo y medio de filosofía en México: una lectura desde la teoría de las generaciones”. Ahí, pone de manifiesto la necesidad de desarrollar o encontrar una metodología para la historia de la filosofía en México. Su aporte se enmarca en la teoría de las generaciones de José Ortega y Gasset, lo que le permite darnos un recorrido por la filosofía mexicana de la segunda mitad del siglo XIX y del siglo XX, rescatando las figuras importantes, lo mismo que los sucesos determinantes para la vida cultural y política del país, pero sobre todo, y quizás más importante, la visión de grupo o generación, que al menos temporalmente agrupa a los pensadores más destacados de la filosofía en nueve generaciones.
La propuesta de Raúl Trejo es interesante pues permite a los investigadores tener un panorama general y complejo de las conexiones entre autores: señalar a los filósofos que compartían propuestas intelectuales en los distintos periodos, pero también a quienes se enfrentaban entre sí. Igualmente nos facilita comprender a favor de qué causa escribían, lo mismo que las influencias y persistencias que se mantenían durante la sucesión y o coexistencia de generaciones. Así, podemos ver cómo en un periodo de la historia de México coexisten, de manera compleja, propuestas filosóficas varias y encontradas como el liberalismo, el catolicismo, el positivismo y el espiritualismo.
Pasando a la segunda sección del libro, tenemos a Verónica Murillo Gallegos, investigadora de la Universidad Autónoma de Zacatecas, quien nos ofrece “La filosofía y los estudios novohispanos”. En su texto, nos revela la existencia de una tradición filosófica en México, y de un periodo sumamente prolífico en la producción intelectual como es el periodo novohispano, en donde surgen los problemas y discusiones filosóficas propiamente “americanas”, por ejemplo, el problema de la racionalidad de los indios o la legitimidad de la conquista.
Rolando Picos Bovio, coordinador de las Memorias escribe “Ethos prudencial y reflexión filosófica en Baltasar Gracián: humanidad y amistad”. Su texto nos habla de Baltasar Gracián, filósofo español del siglo XVII que movido por el pensamiento psicológico realiza una amplia descripción de la naturaleza humana, lo que convierte su obra en filosofía universal. El estudio de Picos Bovio gira en torno a las ideas de amistad y prudencia, que son las “luces” que Gracián halla en el hombre dentro de su propia visión pesimista de su naturaleza. Vale decir que es interesante el paralelismo que Picos Bovio encuentra entre el filósofo español y el pensamiento de Nietzsche o Schopenhauer. Su texto nos permite conocer a un representante del pensamiento ibérico.
Para pasar a la tercera sección, una de las más interesantes a propósito de la temática de este Congreso, quiero referirme al texto de Miguel de la Torre Gamboa, “La formación de profesionales de la filosofía en el noroeste mexicano: el discurso, los hechos”. En élnos ofrece una provechosa revisión y un diagnóstico sobre la práctica y la enseñanza de la filosofía a lo largo de la historia de México y hasta nuestros días. Concentrándose en la ciudad de Monterrey, de la Torre nos da un ejemplo de cómo podríamos comenzar a hacer balances a nivel local y con perspectiva nacional sobre aspectos fundamentales para la persistencia de la filosofía en nuestro país, por ejemplo: su estatus como profesión; su práctica profesional a lo largo de la historia; los mercados de trabajo que encuentra; y las funciones sociales que cumple. Sobra decir que este trabajo es de gran interés sobre todo en los tiempos actuales en donde el saber filosófico es cuestionado y marginado del espectro de políticas educativas a nivel nacional.
Así, por ejemplo, la profesión filosófica puede verse como un saber especializado, cuya práctica se inserta en la sociedad y puede ser afectada por ella. Sin embargo, dice de la Torre, las relaciones “universidad-sociedad”, en general, y “filosofía-sociedad”, en particular, plantean serios problemas, pues muchas veces los programas institucionales o currículos no logran establecer principios claros de lo que los egresados pueden ofrecerle a la sociedad, además de que el ámbito laboral es en muchos casos complejo y no se puede delimitar con facilidad para los filósofos. Otra preocupación del autor es que se privilegia la formación en docencia por encima de la formación en investigación. Finalmente, pide a los filósofos comprometerse con su tiempo y lograr una incidencia efectiva en la sociedad y el conjunto de sus problemas.
Gabriel Vargas Lozano, filósofo de la UAM-Iztapalapa, escribe “¿De quién y para quién es la filosofía? Diez tesis”. Ahí nos ofrece una reflexión a partir del libro de la UNESCO Filosofía, escuela de libertad publicado en 2007, donde se expone el estado actual de la filosofía en el mundo. Vargas se ocupa de señalar la importancia de establecer lazos de comunicación entre los filósofos y la sociedad. Aunque esta cuestión también podríamos verla más bien como re-establecer dichos lazos, ya que como apunta bien, la idea de que la filosofía es un saber que se debe restringir a la academia, aunque proviene de la era moderna en el Siglo XVIII, en México comenzó a tener arraigo sólo hasta la segunda mitad del siglo XX; la razón, nos dice a modo de hipótesis, es la siguiente: “desde el punto de vista social, quienes han sustentado el poder político, dejaron de considerar a la filosofía como parte esencial de la educación del ciudadano.”[3] Sobre dicho fenómeno a nivel mundial, Vargas dice contundente: “hoy, más que nunca, nos encontramos recibiendo el impacto de una tendencia global promovida por la OCDE o por la Unión Europea a través de los Acuerdos de Bolonia y el “Proyecto tunning”[4] [sic] que, en los hechos y silenciosamente, busca una marginación de la filosofía y las humanidades”[5]. En nuestro país, la Reforma Integral de Educación Media Superior promovida por la SEP desde 2008 es reflejo de esa tendencia.
En sus tesis, Gabriel Vargas propone lo que podemos hacer los interesados en la filosofía para generalizar el hecho de que ésta es un saber útil y con ello ampliar su espectro de incidencia en la vida pública, académica, política y en el desarrollo de las sociedades. Estas tesis, nos dice el autor, las pone a debate de sus lectores. Por cuestiones de tiempo, sólo me referiré a algunas ideas que propone en ellas.
Una de las más innovadoras es que la filosofía debe ser un derecho público. Esta idea es relevante pues eleva el estatus de la filosofía a un derecho social que debe dirigirse a niños, jóvenes, adultos y ancianos. Otra idea valiosa es que la filosofía está vinculada con la construcción de una sociedad democrática, pues la formación filosófica propicia el sentido crítico, la argumentación, la capacidad de identificar ideas y valores, la participación en debates públicos y la toma de decisiones razonadas. Otra propuesta en donde se exhorta a la comunidad filosófica directamente es que debemos propiciar lo que Gabriel Vargas ha denominado “acción filosófica”, ésta consiste en crear estrategias que lleven la filosofía a los diferentes sectores sociales: estudiantes, amas de casa, jubilados, obreros, etcétera. El medio, dice el autor, debe pasar por el análisis de la práctica pedagógica de la filosofía y la creación de diplomados en donde se aprenda a enseñar a filosofar, rompiendo con los límites de la filosofía encerrada en la academia. En otra tesis, que para muchos puede resultar polémica, Vargas propone a los filósofos “tomar conciencia sobre los potenciales epistemológicos, políticos y valorativos de la filosofía, para influir en los movimientos sociales»[6].
A modo de conclusión, quiero decir que este libro tiene el mérito de funcionar de diversas maneras y de cubrir diferentes necesidades o intereses que se me ocurre agrupar en tres categorías: i) introducción a la filosofía mexicana, ii) temas de especialización y iii) diagnóstico de la situación actual de la filosofía en México.
Así, en primer lugar el libro funciona como una excelente introducción a la filosofía mexicana para los no familiarizados con ella, pues a lo largo de sus capítulos, el lector puede hacerse una idea general pero bien trabajada sobre su historia, sus autores, los problemas de los que se ha ocupado, las tradiciones, los grandes grupos filosóficos, sus obras y los movimientos políticos y sociales que han tenido una influencia directa de los pensadores mexicanos. En ese sentido, como introducción, pueden verse los textos de Victórico Muñoz, Raúl Trejo, Verónica Murillo y Juan Manuel Campos, quien escribe “Temas de lógica durante la segunda mitad del siglo XVI y primera mitad del XVII”.
En segundo lugar el libro puede servir como un espacio para los ya entendidos en el pensamiento mexicano, pues contiene capítulos que trabajan de manera especializada pero accesible algunos temas y autores específicos de esta corriente: ahí tenemos los trabajos de Alfonso Rangel, de Nuevo León, y su estudio sobre la visión del hombre en Alfonso Reyes; a Mario Teodoro, de Michoacán, y su texto sobre la fenomenología en la filosofía de Luis Villoro; a Rolando Picos Bovio que trabaja a Baltasar Gracián; o el texto de Aureliano Ortega sobre José Revueltas y el marxismo crítico en México.
Finalmente, podemos ver en este libro un provechoso y necesario diagnóstico sobre el estado actual de la filosofía y su práctica académica en México, pues los análisis de Gabriel Vargas, Victórico Muñoz y de Miguel de la Torre, están enfocados en dicha problemática: cómo se ha dado la enseñanza y producción de la filosofía en México a lo largo de su historia, cuáles son los retos y desafíos que enfrenta y cómo podemos llevar a cabo acciones para mejorar su calidad, difusión y consolidación como un saber útil para todas las personas, que puede incidir la sociedad y que sirve para la preservación de un mundo humanizado en el sentido de que no desaparezcan de él los valores, la consideración por el otro, la solidaridad con los más desfavorecidos, el llegar a entendernos mediante la argumentación, y lograr avanzar en el diálogo entre culturas o sociedades.
Con esto no quiero decir, por supuesto, que los textos de los autores que acabo de mencionar se delimiten estrictamente en estos tres rubros. Ya que cada uno tiene una propuesta peculiar, propia, y que se desarrolla en varios campos.
Otra reflexión que no quiero dejar de hacer es que el libro nos deja ver que existen redes de comunicación al interior de la filosofía mexicana, y que en el norte del país se da un prolífico trabajo en torno a la filosofía, su difusión y defensa. Esto rompe con uno de los que considero síntomas de la situación de la filosofía en México, a saber, la concentración de la atención y de los estudios filosóficos en el centro del país.
No me queda sino felicitar al coordinador y a los autores por haber realizado las II Jornadas de Filosofía Mexicana e Iberoamericana, ya que dan cuenta de la persistencia de sus esfuerzos por difundir el pensamiento y la obra de los autores que nos son propios y de una práctica tan necesaria en nuestro país en los tiempos de crisis como los son ahora. Doble mérito es haber logrado publicar la Memoria que hoy reseño para ustedes, esperando haberlos motivado para adquirirla, leerla y comentarla.
[1] El criterio que Victórico Muñoz da es el siguiente: “Históricamente podemos considerar que la filosofía mexicana se hace posible a partir de la toma de conciencia de una realidad que nos es propia reflexionando con radicalidad todas sus problemáticas por un lado, y por otro a partir de lo anterior, de la existencia de filosofías a través de nuestra historia en un franco proceso de identidad y desarrollos filosóficos propios –incluso a escala latinoamericana o iberoamericana–” pág. 102.
[4] Sobre dicho proyecto véanse la página oficial de Alfa Tuning América Latina. Cito sólo dos objetivos básicos: 1. “Impulsar, a escala latinoamericana, un importante nivel de convergencia de la educación superior en doce áreas temáticas (Administración de Empresas, Arquitectura, Derecho, Educación, Enfermería, Física, Geología, Historia, Ingeniería Civil, Matemáticas, Medicina y Química) mediante las definiciones aceptadas en común de resultados profesionales y de aprendizaje.” 2. “Desarrollar perfiles profesionales en términos de competencias genéricas y relativas a cada área de estudios incluyendo destrezas, conocimientos y contenido”. Recuperado de http://bit.ly/zZoTrI hasta el 2 de marzo de 2012. En el documento se especifica que las competencias son habilidades y destrezas sobre conocimientos considerados útiles para la sociedad; la filosofía no aparece entre los ámbitos de estudio.