Por: Monserrat Ríos Reyes
Cuando nos referimos la conquista de México, la historia suele relatarnos la “incuestionable victoria” de España sobre la considerada, “cruenta” cultura de los indígenas.
Por mucho tiempo se ha trabajado con la idea de la imposición cultural española y, se ha considerando al indígena de entonces meramente como un agente pasivo y receptivo de las tradiciones de occidente. Lo cierto es que a pesar de la hecatombe que significó la conquista militar para estos pueblos, y que dio lugar a la presencia de nuevas formas culturales propias de España, éstas no pudieron instalarse en su forma más pura, pues tras la supuesta “imposición cultural”, hubo resistencia, lucha y tenacidad por parte los pueblos indígenas, que sobrevivieron aún a la sombra del dominio, influyendo en la construcción de la nueva cultura mexicana.
Un testimonio donde hallamos esta influencia, se fue formando desde los primeros momentos de la colonia, cuando hubo la necesidad de comunicarse con la otra cultura, la extraña, la ajena, la que quería dominar; fueron las letras, los textos cristianos traducidos al náhuatl, los que formarían la nueva cultura mexicana, la cultura dual, hispana pero también indígena.
Era fundamental sobrevivir, si no políticamente, sí a través de las letras, dotando de un estilo propio, lo que se venía a “imponer”.
I. La historia
A la llegada de los españoles a las tierras mexicanas, -entonces nombradas Nueva España, Tierra firme, Yucatán y Cozumel- tanto para españoles como para los nativos, era imposible la comunicación, pues no sólo la cultura era extraña para ambos grupos humanos, sino también su lengua. Una vez terminada la época de conquista y entrado el año 1523, los religiosos que tuvieron a su cargo la evangelización de los pueblos también tenían la obligación de “civilizar” las culturas, por lo que concibieron como fundamental el dominio de la lengua originaria, con el fin de lograr adentrarse a la cultura náhuatl.
Fue a través de los niños que los frailes fueron predicando el cristianismo y aprendiendo el náhuatl, lengua franca del momento, y por medio de la cual comenzaron a transmitir los sentidos de la nueva religión, que antes de estos pequeños interpretes, no se entendía.
Reforzaron estas enseñanzas utilizando los medios tradicionales indígenas: los cantos, la poesía, la fiesta, el teatro e incluso, unos tipos de códices, reorientándolos al cristianismo, por ejemplo, el Catecismo en Pictogramas de Pedro de Gante, que eran oraciones cristianas representadas en imágenes.

Saber hablar y representar el cristianismo en las formas nahuas se convirtió para el fraile en un medio eficaz para incorporarse a la sociedad indígena, en la cual pretendía establecer un nuevo orden social, sin embargo, a la par que el fraile aprendía el náhuatl, también el indígenas aprendían a hablar en latín y a escribir en castellano su propia lengua; y aunque por un lado esto fomentaba la participación del indígena en la introducción del cristianismo, por ayudar a la predicación del dogma y a generar traducciones de textos que servían para las distintas actividades; por otra parte, las letras se convertían en un instrumento para salvaguardar sus tradiciones, entre ellas la oral, pero también su perspectiva sobre la conquista y de lo que vivía.
II. La resistencia literaria
La posibilidad de participar activamente en la difusión de la nueva cultura permitió al indígena darle un estilo propio al cristianismo, escrito aún en las formas poéticas nahuas, combinando el castellano con elementos religiosos indígenas:
Como plumaje de quetzal,
nos rendimos hacia la tierra
nosotros los niñitos, y nos humíllanos
haciendo oración a Santa María, la siempre virgen.
Cual multicolores plumas nos matizamos,
como collar de perlas entrelazamos nosotros los niñitos,
y nos humillamos, haciendo oración a Santa María,
la siempre virgen.
Sin embargo, había otro tipo de escritos donde el indígena encontró un espacio donde alzar su voz, para narrar cómo concibió su derrota.
En textos clásicos que pertenecen al gabinete de memorias de los pueblos antiguos, que van desde las conocidas crónicas que hicieron los religiosos hasta los libros directos de las culturas, como el Chilam Balam de Chumayel, el Popol Vuh, los Cantares Mexicanos, los Cantares de Dzitbalché, el Rabinal Achí, algunos Anales y códices, podemos acercarnos a las pasadas culturas indígenas, pero principalmente a su postura ante la conquista, vallamos con algunos ejemplos:
En el “Kahlay[1] o memorias de la conquista”, un libro más que conforma el Chilam Balam de Chumayel, se pueden leer una serie de profecías mayas, acerca de la nueva religión.
Arderá la tierra y habrá círculos blancos en el cielo.
Chorreará la amargura, mientras la abundancia se sume.
Arderá la tierra y arderá la guerra de opresión.
La época se hundirá entre grandes trabajos.
Cómo será, ya será visto.
Será el tiempo del dolor, del llanto y la miseria.
Es lo que está por venir.[2]
En varias de estas profecías, se prevé el tiempo de la llegada de los dzules (los extranjeros), y el termino del tiempo donde todo era bueno, había sabiduría y no pecado, había devoción, salud y el caminar de los hombres era erguido. El final se marca con la llegada del español, quien propició el miedo, la enfermedad y de quien se afirma que “para que su flor viviese dañaron y sorbieron la flor de los otros”, (entiéndase “flor” como “la palabra verdadera”).
Era evidente el rechazo y también lo fue la derrota militar que orilló y obligó de alguna forma a los indígenas, a conocer las nuevas tradiciones arribadas de ultramar, entre ellas, la escritura en castellano de la que se sirvieron para depositar los recuerdos de lo vivido.
En los Cantares Mexicanos vamos a encontrar unos icnocuícatl o cantos tristes que narran lo acontecido, desde la visión del indígena, en los días previos y durante la conquista de México-Tenochtitlán en 1521. Aquí se muestran algunos fragmentos del icnocícatl: Los últimos días del sito de Tenochtitlán:
Y todo eso pasó con nosotros.
Nosotros lo vivimos, nosotros lo admiramos.
Con esta lamentosa y triste suerte nos vimos angustiados.
En los caminos yacen dardos rotos,
cabellos están esparcidos.
Destechadas están las casas,
enrojecidos tienen sus muros.
…
Se puso precio.
Precio al joven, del sacerdote, del niño, de la doncella.
Basta: de un pobre era precio sólo de dos puñados de maíz,
sólo de diez tortas de mosco;
sólo era nuestro precio veinte tortas de grama salitrosa.
Oro, jades, mantas ricas, plumajes, de quetzal,
todo eso que es precioso, en nada fue estimado…[3]
Si bien, así como los indios utilizaron el arte de escribir para traducir el Ave Maria, el Pater noster, y en general la Doctrina Cristiana, no dudaron en dejar testimonio de sus cantares, de su poesía, de su tradición oral, ahora escrita, que cobra importancia como documento literario, pero aún más como testimonio humano, pues -como dice León Portilla[4]– fue el testimonio de algún [valiente] superviviente de la conquista.

[1] (Chilam Balam de Chumayel , 2010, pág. 152)
[2] (Chilam Balam de Chumayel , 2010, pág. 154)
[3] (Anónimo, 1945)
[4] (León- Potilla, M., 1984)
Bibliografía
- Anónimo. (1945). «Unos Anales Históricos de la Nación Mexicana». Manuscritos de Tlatelolco.(1528).
- Chilam Balam de Chumayel . (2010). Libro de las Profecías, México: UNAM.
- León- Potilla, M. (1984). Visión de los Vencidos. Relaciones Indígenas de la Conquista. México: UNAM.
Monserrat Ríos Reyes: Licenciada en Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Coordinadora General del Círculo de Estudios de Filosofía Mexicana. malinalli89@gmail.com
Fuente: Justo en 1 Click. Revista Académica de la ENP 3, No.4, Agosto 2016, trimestral.