Posgrados en la UNAM, para crear un mejor país

φ Las autoridades deben entender que los aspirantes no solo quieren una beca, sino acceder a un nivel de vida superior.

 Por: Paulina Rivero Weber*

A lo largo de las últimas semanas se ha dejado ver la punta de un iceberg a través de diferentes medios de comunicación. Estudiantes que desean continuar con su educación a través de una maestría o un doctorado en la UNAM se han manifestado por medio de cartas y entrevistas en torno a la imposibilidad de lograrlo; requisitos incoherentes, procedimientos poco claros y malos tratos son las quejas más frecuentes.

El posgrado en filosofía ha sido una especie de “centro orbital” en torno a esta cuestión. En un intento de resolver la situación, los tutores del área de filosofía solicitamos hace meses una entrevista con las autoridades de nuestro posgrado que, aunque algo tarde, finalmente se logró. En ella el Comité Académico y la coordinadora escucharon algunas demandas que ahora ya son públicas: los requisitos para el ingreso han sido oscuros y se han duplicado de manera absurda, con lo cual la burocracia ha crecido y, paradójicamente, cada vez hay menos alumnos de posgrado.

Como dije, todo ello es la punta de un iceberg y lo que requiere una solución de fondo es el problema, el cual es sencillo de explicar: la mayoría de los posgrados de la UNAM cuenta con el nivel de excelencia que otorga el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), por lo que sus alumnos reciben una beca. Dicha prebenda los obliga a graduarse en los tiempos establecidos y, de no cumplir con ellos, el peligro es que el posgrado quede fuera de los considerados “de excelencia” por el Conacyt, con lo cual se perderían dos cosas: las becas y el reconocimiento de esa entidad.

Algunos coordinadores de los posgrados consideraron que al aceptar menos estudiantes se podrá cumplir mejor con la eficiencia terminal y contarán con más alumnos graduados. Pero eso es un absurdo que provocaría risa si no fuera por lo mucho que ha afectado a cientos de jóvenes.

Semillas sin germinar

Para entendernos mejor, imaginemos un campo de cultivo atendido por cien campesinos. Cada semilla sembrada debe lograrse, por lo cual en lugar de plantar cien semillas, se decide sembrar únicamente nueve. ¿Qué hacen el resto de los 91 campesinos? Quejarse por no poder trabajar: ese es el reclamo de los tutores del posgrado. Y ¿qué hacen con el resto de las 91 semillas? No germinar, no llegar a ser. Solo que en este caso nuestras semillas, los jóvenes aspirantes al posgrado, hablan y se están haciendo escuchar.

Imaginemos ahora que quienes toman las decisiones nos expliquen que no es que tengamos pocas semillas, sino que somos “demasiados campesinos”… No, señores: no. No hay “demasiados tutores”, como se ha llegado a decir: lo que nos hace falta es contar con más alumnos: aquellos que seamos capaces de cuidar y conducir a buen término.

En ese tenor, en la reunión que los tutores sostuvimos con la coordinación del posgrado en filosofía, se propuso la posibilidad de establecer únicamente dos requisitos a los aspirantes: un magnífico proyecto de maestría o doctorado y un tutor que se comprometa a conducirlo a buen término. La respuesta de las autoridades fue negativa, pero al menos se propuso abrir una nueva convocatoria para agosto, en la cual apliquen criterios más claros en la elección de los alumnos.

Hasta ahora los aspirantes rechazados se reúnen en grupos cada vez mayores para decidir qué hacer. Los tutores continuamos pidiéndoles a estos alumnos en potencia que sean pacientes, con la esperanza de que las autoridades de ese ámbito académico comprendan que la UNAM tiene posgrados de excelencia no por contar con el reconocimiento de una instancia externa, sino por nuestra capacidad para educar. Y que entiendan que los jóvenes quieren estudiar, no simplemente para contar con una beca, sino porque es un medio para acceder a un mejor nivel de vida y, sobre todo, para crear un mejor país.

Como bien lo dijo Platón: todo es producto de la educación y a la vez todo se fundamenta en ella. Esperemos que pronto las quejas de tutores y aspirantes encuentren una respuesta lógica y viable.

* Paulina Rivero Weber es académica de la UNAM y miembro del Colegio de Bioética.

Posgrado UNAM.JPG

Fuente: Milenio. 02/08/2016

 

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2 Comentarios Agrega el tuyo

  1. CEFIME dice:

    Estimado Roberto Espinosa,

    Muchas gracias por compartir tu experiencia en el sitio. Efectivamente hay muchos casos de personas que han expuesto situaciones similares y estas notas abren la oportunidad de discutir sobre un tema de interés para académicos, alumnos y autoridades educativas en general. Esperemos que los análisis y, sobre todo, las propuestas de solución sigan su curso. Te enviamos un abrazo y te deseamos mucho éxito con los jesuitas!

    Recibe saludos del CEFIME.

  2. Roberto Espinosa Galicia dice:

    Totalmente de acuerdo con la doctora Paulina Rivero. En mi caso, no puedo presumir de ser un jovencito aspirante a ingresar a un doctorado pues la vida me llevó a buscar el trabajo para sostener a mi familia y, como dicen, salir adelante. Sin embargo, puedo decir que a los 45 años mi vocación filosófica sigue intacta; es más, creo que se ha afinado con el tiempo. Para CONACYT, sin embargo, pareciera que yo ya no tendría edad para cursar un doctorado en una universidad pública. Aparte del trato altanero que recibí por parte de las secretarias en el posgrado de filosofía, nunca me quedó claro por qué el dictamen de mi proyecto de investigación decía que «estaba bien escrito, mostraba conocimiento del tema e interés por el autor; mostraba una buena capacidad de argumentación… pero no era un proyecto de doctorado». Menuda contradicción. La misma historia que seguramente muchos colegas y compañeros han tenido que padecer. También estoy totalmente de acuerdo con la doctora Paulina Rivero en el sentido de que no es por dinero que quiere uno seguir estudiando un doctorado; es por vocación, es por gusto, es por amor al conocimiento, es por querer cerrar un ciclo. Quiero señalar que soy puma desde los 15 años de edad; que me enorgullece mucho haber estudiado en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, que he procurado educar a mi hijo en ese amor por la Universidad (él cursa actualmente el tercer semestre en la Facultad de Ingeniería) y que disfruto enormemente las clases que doy en la Facultad de Contaduría y Administración de la UNAM. Mi cariño por la UNAM está fuera de toda duda, pero si me quedo a esperar a que una junta de notables decida que soy apto para ingresar al Olimpo del Posgrado en Filosofía, se me va a ir, ahora sí, la vida.Felizmente, encontré un lugar en el doctorado de filosofía en la Ibero y el 8 de agosto empiezo mis clases. Ni modo, esta semilla madurona se les va de Ciudad Universitaria a Santa Fé.

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