Por Juan Carlos García Fonseca
Bien puede recordarse a Emilio Uranga, uno de los pilares de la filosofía mexicana, con la cronología de los hechos que constituyeron su
vida: nacimiento, muerte, intereses, estudios filosóficos, influencias, obras, anécdotas, etc. Sin embargo me parece más pertinente abordar los aspectos relacionados con su aporte filosófico, no porque lo histórico no tenga relevancia, sino porque, además de dilucidar las preocupaciones teóricas de nuestro personaje, éstas pueden ser una guía para posicionarnos ante nuestro acuciante presente.
El método para analizar el ser del mexicano.
Podemos comenzar afirmando que la producción filosófica de Emilio Uranga se halla en constante relación y pugna con Samuel Ramos. En El Perfil del Hombre y la Cultura en México, publicado por primera vez hacia 1934, Ramos realiza un estudio caracterológico del hombre mexicano, la categoría que utiliza para tal fin es la de “sentimiento de inferioridad”, retomada del psicoanalista Alfred Adler. A lo largo de su obra, el filósofo michoacano rastrea las expresiones de la vida cotidiana que corroboran la hipótesis de la inferioridad. Actitudes como la desconfianza, la susceptibilidad, la inseguridad, la agresividad, el autoengaño, etc. son la confirmación de la teoría adleriana. Así, Ramos concluye que, en efecto, la vida mexicana padece tal sentimiento de inferioridad, mismo que comienza en la Conquista, continúa en la Colonia y se agudiza en los inicios del México independiente.
Para desarrollar su propuesta de una ontología del mexicano, Emilio Uranga diferirá metodológicamente de Ramos en dos aspectos:
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Desplazará el lenguaje psicoanalítico y utilizará el lenguaje filosófico. Para Emilio Uranga el repertorio conceptual mediante el que analizamos al ser del mexicano debe ser eminentemente ontológico y no psicoanalítico como el que utilizó Samuel Ramos en El perfil del hombre y la cultura en México:
La ontología del mexicano requiere afinar el repertorio conceptual ontológico, poner en claro sus categorías, pues sin este trabajo previo de fijación y formulación de los instrumentos filosóficos se corre el peligro de chapotear en vaguedades y estar bautizando con el título de análisis del ser del mexicano una investigación que, indudablemente, es análisis de ese ser, pero no ontológico, ya que habla con conceptos e ideas no definidos ontológicamente.[1]
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Irá de la subsunción de los fenómenos a una categoría determinada previa al estudio, a su singularización fenomenológica. Samuel Ramos explicó el carácter del mexicano a partir del complejo de inferioridad, buscó en la historia los ejemplos que le dieran circunstancialidad a su esquema. Emilio Uranga considera que para analizar el ser del mexicano es mejor la singularización fenomenológica, es decir, la acentuación de una vivencia en lo que tiene de peculiarmente mexicano: “si tenemos de común con todos los demás hombres el mal humor, la esperanza y el temor, nos diferencia en cambio la acentuación peculiar con que dentro de nosotros mismos se edifican estas complejas estructuras.”[2] Uranga no está partiendo de una categoría para, posteriormente, buscar en la realidad los ejemplos que lo comprueben, más bien describe las peculiaridades que muestran nuestro constitutivo modo de ser, nuestro ser como accidente.
El análisis del ser del mexicano.
¿Por qué Uranga se empeña tanto en analizar un supuesto ser del mexicano cuando a todas luces parecería que éste ni siquiera existe? ¿Estamos frente a elucubraciones teóricas improductivas que en nada aportan a la comprensión de nuestra realidad? Dejemos que el autor nos explique:
…no hay que dejarse seducir por un análisis puramente teórico del ser del mexicano. Por más brillante que pueda ser ese análisis y por más cuidadoso que sea de exigencias metódicas que lo hagan válido, no basta. Poner en claro cuál es el modo de ser del mexicano es tan sólo una premisa-eso sí, necesaria- para operar a continuación una reforma y una conversión. Más que una limpia meditación rigurosa sobre el ser del mexicano, lo que nos lleva a este tipo de estudios es el proyecto de operar transformaciones morales, sociales y religiosas con ese ser. Y ello es lo que distingue la aplicación superficial a este tema de la honda y cordial; no podemos, no debemos quedar siendo lo mismo antes y después de haber ejecutado nuestra autognosis.[3]
Como vemos, no se trata de la mera disquisición conceptual, el autor tiene la tarea del autoconocimiento, pero también y principalmente, la de la transformación social y moral del mexicano. Aunque difiere metodológicamente, su objetivo no se aleja del de Samuel Ramos. Lo que realicemos después de habernos conocido dependerá exclusivamente de nosotros.
Ahora bien ¿qué hace Emilio Uranga en su Análisis del ser del mexicano? Propone definir al ser del mexicano como un ser para el accidente, como un tener que ser accidente. Más allá de las diferencias entre los autores, la tradición filosófica occidental ha descrito a la substancia como aquello que no requiere de otra cosa para existir: lo atemporal, lo perfecto, lo que existe por sí y para sí. Por ello se ha dotado a ésta con mayor rango entitativo, mientras que el accidente queda en una posición inferior. En Occidente hay una tendencia substancializante, de ahí que se considere que el hombre debe ser un ser para la substancia, es decir, tiene que hacerse sustancial:
La substancia no implica cambio alguno, su estabilidad, la pone fuera del alcance de toda transformación, reposa en sí, indiferente a toda movilidad, alteración o descomposición. La sustancia es suficiente y no insuficiente. Tradicionalmente se ha dotado a la sustancia, con muy buen ojo, de mayor “rango” entitativo, mientras que el accidente se le ha visto como degradación o rebajamiento, como ente de “clase baja.[4]
El “ser para la sustancia” es el que critica Uranga y, contrario a éste, propone un ser accidental pero ¿a qué se refiere Uranga con que el mexicano tenga que ser para el accidente? Según el autor el ser del hombre no es un ser dado sino propuesto. Mi ser es un tener que ser mi ser, en ese sentido que el ser del hombre se conciba como accidental o como substancial no es una propiedad que se posea como algo fijo o inalterable, sino una tarea que debe realizarse. Para el filósofo del Hiperión “El ser como accidente entraña la posibilidad “esencial” de accidentalizarse, posibilidad que también podría esclarecerse como un traer todas las conductas del hombre a un radical horizonte de accidentalidad.”[5] El accidentalizarse, o mejor dicho, el ser para el accidente no es otra cosa que colocarse en la situación de un “no saber a qué atenerse”, asumir la inseguridad y la imprevisión de nuestra existencia. Uranga observará que múltiples actitudes cotidianas muestran que vivimos en el horizonte de la accidentalidad, de ahí nuestra veneración por la muerte, nuestra zozobra, la desconfianza ante los otros o la indiferencia por lo que acontece alrededor.
En la caracterización fenomenológica del accidente, Uranga encuentra que:
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El accidente no es ser, sino ser-en
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El accidente es fragilidad; oscilación entre el ser y la nada
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El accidente pende, depende o se tiene en otra cosa.
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El accidente es privación, carencia, penuria, insuficiencia.
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El accidente es advenir, sobrevenir al azar, lo inesperado.
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Esencial adhesión a otra cosa.
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El accidente es relación al ser.
El modo de ser accidental es:
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In ese (ser en)
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In-esse-non-in-esse (ser en no ser en)
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Entis (del ente)
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ab-esse (de ser)
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Super-esse (sobre ser)
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Ad-esse (ser cabe)
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Ad-esse (ser hacia)
Para concluir este breve artículo ¿hacer una ontología, un análisis del ser del mexicano, implicaba para Emilio Uranga determinar, encerrar, clausurar a éste ser? Si hemos aceptado que la propuesta es ser para el accidente y que éste ser es proyecto en tanto debe realizarse, entonces sería un contrasentido afirmar que el ser del mexicano queda clausurado al afirmarlo como accidental. El ser del mexicano no es algo ya dado, o substancializado, se está formando, se está construyendo, se está realizando:
Lo mexicano es un proyecto incitante de vida en común que un grupo de mexicanos proponen a los demás mexicanos para que lo realicen juntos… Lo mexicano es la idea histórica que en nuestro momento confiere sentido a nuestras actividades y obras, pero, por encima de todo, que exige a los que escuchan y colaboran un rendimiento llevado al máximo, un esfuerzo de propia creación sin desmayo, una disciplina en esa ejecución y un aprovechamiento mutuos. De ahí la forma en que se ha propuesto abordar este asunto del mexicano. No limitándolo a elucubraciones de selectos, sino exponiéndolo, explicándolo y lanzándolo, en medio de las gentes no especialistas, urgiendo a la contribución, poniendo en comunidad el proyecto y abriéndolo a todos…[6]
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