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Por Pablo de LLano/Fotografías de Moysés Zúñiga y Saúl Ruiz/Fuente: El País/1 de mayo de 2015
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Un año después de la muerte de Luis Villoro, el zapatismo homenajea al filósofo que abrazó su resistencia no violenta
Cuando viajaba a Chiapas, Luis Villoro no olvidaba sus zapatillas. “Iba con unos tenis ya viejitos. Casi no le gustaba andar con zapatos”, dice Marta, la empleada de hogar que trabajaba en su casa. El calzado del viejo filósofo se ajustaba al modelo de subversión ética que había encontrado en una guerrilla que renunció a la violencia para buscar su camino en la autonomía doméstica.
Su hijo, el escritor Juan Villoro, cuenta que al principio –cuando el Ejército Zapatista de Liberación Nacional se levantó en armas, el 1 de enero de 1994– a su padre aquello le suscitó “muchas reservas”. Era un filósofo de 72 años, de los principales del último medio siglo en México; había pasado por el existencialismo, la fenomenología, el marxismo y la filosofía analítica; había militado en partidos que predicaban una vía mexicana democrática al socialismo, y, después de todo aquello, había desembocado en un terreno de reflexión sobre ética y justicia que no tenía nada que ver con las ideas de la revolución a través de los fusiles. Por eso, a partir del alto el fuego unilateral por el que optó el Gobierno el 12 de enero de 1994, que propició el viraje del EZLN de la estrategia armada hacia un enfoque de radicalidad de principios pero sin violencia, Luis Villoro empezó a ver en el zapatismo un ejemplo de resistencia y transformación política.
Para el filósofo, los referentes no eran Lenin o el Che Guevara, sino pacifistas como Gandhi y Martin Luther King. Su último ejercicio intelectual, antes de morir el 5 de marzo de 2014 a los 91 años, fueron unos apuntes a mano sobre zapatismo y budismo. En un artículo inédito titulado Por ejemplo, un puñado de sal, Juan Villoro explica la trayectoria del pensamiento de su padre y la conexión postrera que hizo entre los herederos de Buda y los de Emiliano Zapata: “Más allá de las diferencias (…) encuentra elementos de confluencia: el sentido interminable del camino, la meta siempre aplazada, la disolución de los intereses individuales en favor de la comunidad, el cumplimiento de los valores personales a través del otro y de lo otro”.
