María del Carmen Rovira: «Soy sólo una aprendiz de la filosofía»

• La filosofía genuinamente mexicana, la utopía, las ideas y su circunstancia, son algunos tópicos de esta conversación que protagoniza una de las discípulas más destacadas de José Gaos.

Por Fanny del Río

¿Por qué estudiar filosofía?

Primero mi idea era estudiar biología, porque tuve de maestro a Carlos Velo y él me entusiasmaba mucho, pero luego tomé una clase con Rubén Landa, que recuerdo era sobre Descartes, y me convencí más de eso. Ambos eran españoles emigrados, como yo, aunque – la verdad sea dicha – me siento más mexicana que nada. La facultad estaba en el edificio de Mascarones en San Cosme todavía y tengo de ahí muy gratos recuerdos, de los compañeros mexicanos y algún que otro español aunque, la verdad sea dicha, ya me sentía más mexicana que española. Tuve la suerte de tomar clase también con Eugenio Imaz, otro español emigrado, que también era un excelente maestro, y un día nos hablaba algo de ontología y le dije, “Yo quiero estudiar eso que usted nos ha explicado”, y entonces me respondió, “Ah, pues entonces debes entrar a Filosofía”. Ahí me decidí, aunque me sigue interesando la biología, porque es muy humana, en contra de lo que piensa mucha gente. Creo que el biólogo profundiza en lo humano tanto o más que el filósofo, aunque siguiendo caminos diferentes. Admiro a la ciencia. Cualquier proceso científico para mí es bienvenido. Lo que no admito es una charlatanería, gente que hable o critique sin saber ciencia, ni gente que hable o critique a la filosofía sin por lo menos haber tenido alguna experiencia de ella.

 También le dio clases José Gaos. ¿Cómo lo conoció?

Cuando salimos de España, vinimos con un grupo entre los que estaba su hermano Carlos, que era ingeniero como mi papá y muy amigo de él. José Gaos en verdad fue un notable maestro: si yo soy algo, se lo debo a él, por lo que me enseñó. Era una persona muy seria, aparentemente muy seca, pero de un gran corazón y gran bondad, y honradez intelectual, que hoy día casi no hay. Hice mi tesis con él y también fue sinodal en mi examen de maestría, junto con Luis Villoro, que era muy amigo mío, y Antonio Gómez Robledo. Fue un examen muy bonito y en mi título está Cum Laude; me iban a dar Summa Cum Laude, pero se opuso Gómez Robledo, porque según él, yo criticaba la escolástica. Él era escolástico, un derechista completo. Yo doy Filosofía Medieval en facultad y admiro a la escolástica, pero resalté que obviamente hubo, y hay, una escolástica decadente: eso no le agradó y por eso se opuso rotundamente al Summa Cum Laude.

¿Fue por influencia de Gaos que se convirtió en maestra?

Cuando acabé la preparatoria, al entrar a la carrera ya quería trabajar, entonces di clase en la Universidad Femenina. Gaos me dijo: “¿Usted quiere dar clase? Bueno, me va a sustituir a mí”. Le dije: “Maestro, encantada”, pero yo no esperaba que se sentara en la primera banca. Empecé con presocráticos, siempre me acordaré. Eso que sientes que tu voz no es tu voz, como que habla otra gente, esa fue mi primera clase, con Gaos frente a mí. Cuando acabé me dijo, “No estuvo mal, puede seguir”. Más adelante me casé y lo invité a mi boda; él estaba fuera de México y no pudo asistir, pero me mandó una carta muy bonita, muy hermosa. También Alfonso Reyes me mandó una carta. A Gaos nunca le cayó bien que yo me casara – en el aspecto académico, ¿eh?, no confundamos – y peor le cayó que yo esperara bebé. Cuando nació mi hijo mayor, dejé de ir al seminario, porque sentía que le hacía mucha falta a mi hijo y él me hacía mucha falta a mí. Pero luego, fue una época de mi vida no tenía dinero, entonces tuve que dividirme entre dar clases y cuidar a mis hijos. Un jesuita me dio un gran consuelo, al decirme, “No es el tiempo, es la calidad del tiempo que le des a tus hijos”. Y es una gran receta, ¿verdad? Volví, por cierto de nuevo embarazada, a ayudar a Gaos a hacer una antología de pensamiento latinoamericano.

¿Cuáles fueron los autores que más influyeron en su desarrollo filosófico?

Un autor que siempre leí con gran interés fue Miguel de Unamuno. Desde que tenía quince, dieciséis años, El sentimiento trágico de la vida fue para mí algo enorme y luego Vida de Don Quijote y Sancho. Demian, de Herman Hesse, fue mi libro de cabecera. Gaos también tiene un libro que he leído mucho: Historia de nuestra idea del mundo, y también el Discurso del método de René Descartes. Yo empecé siendo cartesiana. Todas fueron lecturas elementales, que influyeron mucho en mí. Otros como John Locke, David Hume, obviamente Guillermo de Ockham… creo que a él, a los nominales, se debe toda la modernidad, cuando plantean que no existe un ente metafísico, sino que lo que existe es lo singular. Están planteando el “yo”, aunque no lo dicen así. Me inclino mucho a esa filosofía, la admiro y la he estudiado bastante. El tomismo, aunque sigo viendo que es una gran filosofía, casi lo he abandonado; creo que dijo más el nominalismo. Junto a ello, políticamente marcaron una pauta los teólogos salmantinos y los jesuitas mexicanos del siglo XVIII.

Ahora bien, Gaos fue el que me abrió camino para la filosofía mexicana, porque cuando fui a hacer mi tesis de maestría, me dijo, “Hay que estudiar la filosofía mexicana con Benito Díaz de Gamarra y Dávalos, de Ecuador con Espejo, y de Cuba con el padre García”. Le hacíamos mucho caso a Gaos sus alumnos; éramos quizá demasiado dóciles. Eclécticos Portugueses del Siglo XVIII y Algunas de sus Influencias en América: México, Ecuador y Cuba:[1] así se llama mi tesis. Gaos me enseñó que en México hay una gran riqueza que no se había sabido aprovechar. Decía, “¡Hay que investigar!”. De hecho fui con él a Puebla a la Biblioteca Palafoxiana, y me dijo, “Ya déjense de Ockham, de Martin Heidegger. ¡Déjense! Hay que investigar esto”. Ahí está el ejemplo de Villoro, de Fernando Salmerón, mucho antes que nosotros de una gran alumna que él tuvo, Olga Victoria Quirós Martínez. Gaos nos orientó totalmente a la filosofía española y a la mexicana.

Para usted es indiscutible que hay una filosofía mexicana.

Rovira Gaspar, Ma. del Carmen
Autora de: Dos utopías mexicanas del siglo XIX. Francisco Severo Maldonado y Juan Nepomuceno Adorno. Foto: Jorge González.

Hay una filosofía mexicana, no una filosofía en México. Ahora, tuvimos que luchar mucho, porque yo recuerdo encontrarme a gente en el pasillo de Facultad que me decía, “Pero, ¿por qué pierdes tu tiempo en eso? ¡No hay nada!”. Yo les decía, “Sí, hay”. Ahora todos quieren estudiar filosofía mexicana, hasta los que me paraban en el pasillo, y es que la filosofía mexicana – con todo respeto a Samuel Ramos – se había estudiado muy mal, porque no se iba a las fuentes. Samuel fue mi maestro, era de una bondad exquisita, admirable, pero su Historia de la filosofía en México es un fracaso; no tenía rigor filosófico, porque no investigaba. Luego Antonio Caso, al que no conocí, dijo que Juan Benito Díaz de Gamarra, el gran filósofo mexicano del XVIII, era cartesiano y eso es la mayor barbaridad. Gamarra critica a Descartes, sigue a Newton, que es su modernidad, y según Caso, era un cartesiano. Estaba muy mal el estudio de la filosofía en México. Obviamente, es perder el tiempo quererla comparar con la Europea: ningún país europeo vivió un colonialismo. Nosotros vivimos tres siglos de colonialismo y, según dijo un virrey, no teníamos derecho a pensar ni a hablar: nos negó lo más esencial del ser humano. A ningún europeo se le negó eso. Nuestra filosofía, cuando se habla de liberalismo, de escolástica, de modernidad, es algo típico de toda Latinoamérica. El liberalismo europeo, cuando surge lleva tres siglos de experiencia burguesa; el nuestro no lleva ni un año, porque no había burguesía. Entonces, hay que estudiar lo nuestro, con nuestras características, pero en los fondos reservados que tenemos. Yo soy enemiga del ensayo. Cualquiera escribe un ensayito: eso no es investigar. Nosotros recorrimos México: Guadalajara, Toluca, Chihuahua, Monterrey, yendo a los fondos reservados. Ahí encuentras muchos autores mexicanos poco conocidos, pero a partir de eso, basándome en esa experiencia que comencé con Gaos, digo que hay una filosofía mexicana y que ésta es esencialmente política, porque nuestra situación fue siempre política. Nuestra circunstancia – no me gusta mucho este término porque José Ortega no me agrada nada – fue política, ética, pedagógica. Nuestra filosofía no es metafísica, tampoco lo son nuestras utopías, sobre las que hay un libro mío.[2] Así es que debemos alimentarnos en nuestra tradición, pero sin olvidar la europea: es lo que siempre les digo a mis alumnos. Hay que conocer a Immanuel Kant, a Heidegger, a Locke, a Hume, a todos ellos, pero adaptarlos a lo nuestro. También hay gran originalidad: por ejemplo, tenemos un Francisco Severo Maldonado, que casi nadie conoce, que fue un gran utopista. Tenemos un Juan Nepomuceno Adorno. Y no podemos olvidar a los grandes teólogos de la escuela de Salamanca – que llegan aquí en el XVI y propiamente son quienes empiezan una filosofía mexicana – como Alonso de la Veracruz, Bartolomé de las Casas – pero no tanto – y después Sor Juana, que ya es plenamente una filósofa mexicana. También está Sigüenza, que fue un gran historiador, los grandes jesuitas criollos, como Pedro José Márquez, Francisco Javier Alegre, Francisco Xavier Clavijero… Mira, nosotros hemos hecho esta antología de los jesuitas mexicanos,[3] porque para mí la gran filosofía mexicana comienza con ellos,  en su destierro en Italia.

Por supuesto, hay grandes filósofos ahora en México. Alguien que yo admiro y respeto mucho es Ernesto Priani. Obviamente, Juliana González, que fue mi alumna en la Universidad Femenina. Otro muy bueno es Jorge Velázquez.

¿Tenemos que crear nuevas categorías para hacer filosofía mexicana?

Yo pienso que sí. Hay que partir de la idea de que hemos leído, leemos, tomamos puntos de apoyo, pero los relacionamos con nuestra circunstancia. La utopía y el humanismo están entre las principales categorías originales de México en su filosofía. Nadie tan humano como el jesuita Pedro José Márquez, que en su destierro en Italia dice textualmente, “El hombre, haya nacido en los polos o en la zona tórrida, sirve para la filosofía, y es igual”. Pedro Márquez planteaba la igualdad: llegó a decir algo que no había dicho ni Jean-Jacques Rousseau ni François Marie Aroue Voltaire: “El hombre es cosmopolita, ciudadano del mundo, sea negro, sea blanco”. Dime qué ilustrado dijo eso. Lo dijo en su destierro en Italia. El Instituto de Investigaciones Estéticas está publicando la obra completa de Pedro Márquez, aunque debería de hacerlo el Instituto de Investigaciones Filosóficas.

En Europa, la utopía de alguna manera es un concepto de lugar; pero usted ha dicho que, en América, tiene que ver con un modelo.

La gran utopía europea pone un lugar ideal, donde todo el mundo es sumamente feliz, hay gobernantes honrados, gente estudiosa… Bueno, la utopía mexicana y latinoamericana se caracteriza porque no existe ese lugar feliz, fuera de. En cambio consiste en que hay un desfase entre lo propuesto y la realidad. Se dan teorías admirables, planteamientos humanistas, pero no coinciden con el contexto histórico, social, económico en el que se dan. Eso es lo que califico yo como utopía acá y en Latinoamérica.

¿Deberíamos volver a los orígenes de la filosofía mexicana como una filosofía política?

Sí, esencialmente. Me atrevo a decir que el filósofo mexicano tiene que tomar una responsabilidad social. No podemos quedarnos callados; no debemos tener miedo. No estoy diciendo que hagamos un mitin o que salgamos a gritar; no. Debemos comprometernos a escribir sobre la terrible circunstancia que vivimos, denunciar lo que está pasando, plantear los derechos humanos, que vienen desde Santo Tomás de Aquino, pasando luego por Ockham. Debemos escribir sin miedo; es lo que yo propuse, apuntando, por ejemplo, a todo este caso terrible de los normalistas desaparecidos de Ayotzinapa:[4] señalar que es contra el derecho, contra la ética… Ahí es donde creo que debemos actuar, y en verdad es muy poco lo que hemos hecho escribiendo. Se ha hecho mucho en el Observatorio Filosófico,[5] pero todavía sería necesario hacer más. Bueno, hago una aclaración: Villoro, al cual quise mucho, él sí hizo bastante; también la revista Dialéctica de Puebla y el padre Miguel Concha, de los dominicos del Centro Universitario Cultural, que es admirable. Él ha recibido amenazas y no le importa y sigue con sus ideas. Pero deberíamos hacer más: filosóficamente, éticamente, planteando los derechos del hombre, denunciando lo que ocurre; ahí encuentro que estamos muy pasivos, con los brazos cruzados. Yo creo que el filósofo debe ser el contrapoder.

¿Por cuál de sus obras le gustaría más ser recordada?

Me encantaría que tuvieran en cuenta mi texto Filosofía y Humanismo. La Obra de los Jesuitas Criollos Mexicanos.[6] El humanismo de Samuel Ramos se quedó, por decirlo así, en la periferia: nuestros grandes humanistas fueron los jesuitas criollos en su destierro en Italia. Eso es lo que más me interesa y creo que es una de las más auténticas proyecciones del pensamiento mexicano. Obviamente, luego, en el siglo XIX, Severo Maldonado, Adorno, también continuaron con una tradición humanista, y yo creo que es la que debemos de seguir. De mis libros, el de Francisco de Vitoria, El Poder y el Hombre, España y América.[7] Ahí me permití enfocar el problema de la conquista criticándola y señalando a los grandes teólogos españoles de Salamanca, que le negaron a Carlos V el derecho a América. En verdad eso es lo que me interesó y lo que me llevó a hacerlo. Deberíamos aprender de ellos. Hoy día el filósofo es cobarde. Ellos nos dieron una clase de valentía filosófica cuando un grupo pequeño de teólogos salmantinos le niega, en sus clases, a Carlos V el derecho a la conquista y al Papa el derecho a tener poder sobre todo el orbe. Eso para mí es admirable, que en pleno siglo XVI, y teniendo la Inquisición a la vuelta de la esquina, se hayan atrevido a decir eso. Claro, Vitoria luego deja de ser el gran Vitoria: dobla las manos y se contradice en todo. ¿Por qué? Bueno, hay dos cartas de Carlos V: una dirigida a Vitoria y otra dirigida al prior del convento donde estaba Vitoria, en las que dice que se siente muy ofendido porque se han atrevido a discutir sus derechos. Es un testimonio histórico enorme. A Vitoria le pudo mucho. Pero eso me interesó, por eso hice el libro sobre él. Aunque nunca está uno satisfecho. Yo no me juzgo una filósofa, ¿eh?, lo aclaro. Y no es que quiera excusarme de eso. Filósofo es el que tiene una teoría, el que alcanza a proyectarse teóricamente. Yo, hasta ahora, soy una investigadora y procuro investigar bien, con rigor. Pero quizá algún día llegue a serlo. Hoy me contento con ser una aprendiz de la filosofía.

[1] Publicado por el Colegio de México y el Fondo de Cultura Económica. México,1958.

[2] Rovira, Carmen. Dos utopías mexicanas del siglo XIX. Francisco Severo Maldonado y Ocampo y Juan Nepomuceno Adorno. Editado por la Universidad de Guanajuato. México 2013.

[3] Rovira, Carmen. Pensamiento filosófico de Francisco Xavier Alegre y Pedro José Márquez. México 2007: UNAM-UAEM.

[4] El 26 de septiembre de 2014 estudiantes normalistas de Ayotzinapa fueron atacados por agentes de la policía municipal. Al día de hoy permanecen desaparecidos.

[5] Fundado por Guillermo Hurtado, José Alfredo Torres y Gabriel Vargas, el Observatorio Filosófico de México, A.C., es una asociación interesada en el análisis, promoción y defensa de la enseñanza, investigación y difusión de la filosofía en todos los ámbitos de la sociedad.

[6] Rovira, Ma. Del Carmen. Filosofía y Humanismo. La Obra de los Jesuitas Criollos Mexicanos, Revista de Hispanismo Filosófico, No. 14, 2009.

[7] Rovira, Ma. Del Carmen. Francisco de Vitoria, El Poder y el Hombre, España y América, Universidad Autónoma Metropolitana, 2008.

Fuente: Suplemento Laberinto. Milenio. 9/12/2017

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