Didáctica filosófica. Revalorar la enseñanza de la filosofía

el
Por Carlos García
zero.aprl@gmail.com
Antes de comenzar quisiera hacer algunos breves comentarios. El presente escrito fue presentado en la Jornada Estudiantil “La filosofía vista por los estudiantes” que tuvo lugar el pasado 11 de septiembre de 2014 y cuya organización estuvo a cargo de la Coordinadora Nacional de Estudiantes y Pasantes de Filosofía (CONEFI) sección UNAM en colaboración con el Circulo Mexicano de Profesores de Filosofía que preside el Mtro. Enrique González Cano. Algunos miembros del CEFIME tuvimos la oportunidad de formar parte del comité organizador. Pero nuestra colaboración no fue lo importante, sino la de cada uno de los compañeros de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM que en cada mesa nos mostraron que hay calidad en sus textos y, sobretodo, que hay interés para desarrollar temas como la enseñanza, la difusión, la importancia y el futuro de nuestra disciplina. ¡Enhorabuena por la delegación CONEFI-UNAM y ojalá que este sea el inicio de muchos más proyectos que vinculen y apoyen a nuestra comunidad estudiantil!
Jornada de estudiantes
 Es creencia común considerar que la enseñanza de la filosofía es una tarea superficial que se reduce a la selección e implementación de herramientas didácticas o metodológicas y que, por ende, es sencilla. Lo anterior supone una división tajante entre el filósofo, cuya figura representativa es el investigador, y el “simple” profesor de filosofía. Se piensa que el primero realiza una actividad filosófica y el segundo, sólo una pedagógica. Ante la barrera que se instaura, ¿puede considerarse la enseñanza de la filosofía como un problema filosófico? ¿Qué supone y qué implica dicha consideración? A la hora de enseñar filosofía, ¿filosofamos?
Queremos defender dos ideas. La primera es que la enseñanza de la filosofía es una cuestión eminentemente filosófica y no una cuestión “de segundo orden” o meramente pedagógica. La segunda, que para enseñar filosofía es necesario que el docente determine la idea de filosofía que tiene, con ello clarificamos qué, cómo y por qué se enseña; además nos permitiría hacer el paso de la didáctica de la filosofía a la didáctica filosófica y ,a su vez, se reafirmaría al docente como filósofo.
Idea de la filosofía.
“En filosofía hay que tomar posición, y un maestro que carece de ella o trata de ocultarla no hará más que llevar la confusión al alumno.” Adolfo Sánchez Vázquez.
La mayoría de las personas que toman un curso de filosofía se forman una idea de lo que ésta es debido a cómo fue su clase o su curso, es decir, debido a cómo impartió su clase el profesor. Así, no es raro encontrarnos con que para unos fue la clase más aburrida que hayan conocido pero, ¿por qué piensan esto? Puede ser que se deba a que su profesor la pasaba discurriendo sobre temas abstractos con una voz somnífera que terminaba durmiendo a todo el mundo. En cambio para otros fue la clase que más les ayudó para descubrir lo que querían ¿a qué se debió? A que quizá el profesor insistía en el imperativo “conócete a ti mismo” e instaba a sus alumnos a responderse preguntas vitales. Otros salieron de clase de filosofía pensando que ésta era la mejor arma para descubrir la alienación a la que nos tienen sometidos los poderes fácticos y el poder estatal ¿cuál fue la causa? Probablemente que su profesor insistía en que era necesario analizar y cuestionar el discurso oficial pues con la crítica podrían dar cuenta de las estrategias de control que se utilizan para mantener el “orden” y la “estabilidad”. Todo lo anterior nos lleva a preguntarnos ¿a qué se debe ésta multiplicidad de percepciones en torno a nuestra disciplina? ¿qué es, entonces, enseñar filosofía?
Al respecto el filósofo argentino Alejandro Cerletti, en su libro La enseñanza de la filosofía como problema filosófico, comenta que enseñar filosofía siempre nos lleva a un paso previo y es el de responder qué es la filosofía, pues cada uno de los modos de enseñarla lleva consigo una definición de su concepto aunque éste no se haga explicito.[1] Lo que el docente entiende por el concepto “filosofía” afecta e influye directamente en el modo de dar clase y en lo que los educandos entienden por ésta. De ahí que observemos una enorme multiplicidad de caracterizaciones de la filosofía y una multiplicidad de percepciones en torno a ella. Nuestro autor considera que la enseñanza de la filosofía es intervención filosófica sobre textos, problemas filosóficos tradicionales o sobre temas de actualidad. “No se puede enseñar filosofía ‘desde ningún lado’, en una aparente asepsia o neutralidad filosófica. Siempre se asume y se parte, explícita o implícitamente, de ciertas perspectivas o condiciones, que conviene dejar –y dejarse- en claro porque en última instancia, y fundamentalmente, es lo que será ‘aprendido’ por los alumnos”.[2] Cerletti considera que asumir la postura filosófica no tiene una consecuencia didáctica directa, es decir, el docente puede hacer explícita su postura filosófica y ello no tendrá repercusiones a la hora de dar clase; no obstante considero que, dando coherencia a su propia postura y afirmando la nuestra, el propio modo de enseñar filosofía determina el modo en que enseñamos. Sabemos perfectamente que no es lo mismo que un profesor marxista nos imparta clase a que lo haga un analítico o un fenomenólogo. Cada uno de los profesores ve los autores, los problemas filosóficos y la enseñanza desde su propia perspectiva. Al afirmar que es necesario que el docente tome postura no estamos sugiriendo que éste deba presumir ante el grupo su postura filosófica en detrimento de lo que los alumnos piensan o en detrimento de otra corriente filosófica; nada más perjudicial para la enseñanza que el adoctrinamiento, la arrogancia y la ceguera ante la realidad educativa. Lo que estamos planteando es que nuestra concepción de filosofía y la relación que tenemos con ella es determinante a la hora de enseñar.
Por cuestión curricular es común que al inicio de un curso el profesor defina el concepto de filosofía a través de un manual o un diccionario, o a través de la propia etimología: filos: amor y sophia: sabiduría. No obstante conforme el ciclo escolar avanza y conforme se revisan autores o problemas filosóficos, la primera definición se va difuminando y se pierde entre las múltiples categorías y conceptos filosóficos. Esto provoca que el alumno termine confundido y frustrado por no comprender ni una pizca de lo que se le está tratando de decir ¿Cuál sería entonces la ventaja didáctica de definir el propio concepto de filosofía? Una vez que se asume la propia postura filosófica se tiene la suficiente claridad para responder a las preguntas ¿qué enseño? ¿por qué lo enseño? y ¿cómo lo enseño? Es decir, justificamos nuestra enseñanza, definimos sus objetivos y determinamos el modo como enseñaremos.
Negamos que exista una especie de varita mágica que nos dote de herramientas o procedimientos para enseñar filosofía en todo tiempo y lugar de manera satisfactoria. El docente que permanente se halle buscando en manuales qué o cómo enseñar se verá ante la imposibilidad de trasladar las recetas teóricas a la práctica concreta; y es que no es lo mismo enseñar filosofía a niños que enseñarla a jóvenes de bachillerato, como tampoco es lo mismo enseñarla a nivel superior o a no especialistas. Y así como no es el mismo el educando que aprende filosofía tampoco lo es el educador que la enseña. En suma, negamos que haya una sola definición de filosofía así como negamos que haya un único modo de enseñar filosofía. Qué es y cómo enseñar la filosofía depende de cada uno de los docentes, de sus creencias, de su experiencia en el salón de clase y fuera de él, de su concepción filosófica, de sus prejuicios y de todo lo que lo constituye como persona.
Hacia una didáctica filosófica.
Se ha argüido en innumerables ocasiones que la enseñanza de la filosofía no es una actividad filosófica, que es una cuestión de pedagogía o de didáctica. Esto tiene el supuesto de que la filosofía y su enseñanza son dos cosas separadas. Se tiene la idea de que una vez manejados los contenidos filosóficos pueden posteriormente buscarse los métodos para enseñarlos. Así, afirma Cerletti que hace algunos años “(…) el objeto a enseñar o el qué enseñar (la filosofía) no se consideraba que influyera de manera sustancial en el cómo hacerlo y la tarea se reducía a encontrar las formas más adecuadas y eficaces para lograr una buena transmisión”[3] En este caso el profesor ya no interviene en la construcción de esos métodos, se vuelve pasivo y espera a que los especialistas pedagogos le digan qué método es el mejor a la hora de enseñar. La didáctica de la filosofía entonces se vuelve la mera implementación y no la intervención, la prescripción y no la construcción. Como los contenidos son una cuestión que el docente maneja a la perfección, ya no hay cuestionamiento, duda ni reflexión en torno a éstos y a cómo son manejados frente a su grupo. Su arrogancia o su desidia le impiden dar cuenta que la realidad educativa es cambiante y azarosa. Ante esto, el filósofo argentino afirma que:
Un profesor de filosofía no se “forma” sólo con adquirir algunos contenidos filosóficos y otros pedagógicos, y luego yuxtaponerlos. En realidad, se va aprendiendo a ser profesor desde el momento en que se empieza a ser alumno. En gran medida, se es como docente el alumno que se fue. A lo largo de los años de estudiante, se van internalizando esquemas teóricos, pautas de acción, valores educativos, etc., que actúan como elementos reguladores y condicionantes de la práctica futura.[4]
¿Qué diferencia habría entonces entre la didáctica de la filosofía y la didáctica filosófica? La didáctica de la filosofía es la búsqueda e implementación de los mejores métodos, herramientas y procedimientos para llevar a buen puerto una clase. Parte de la idea de que la didáctica y la filosofía son dos campos separados que posteriormente pueden unirse, es decir, que una vez manejados los contenidos filosóficos por el docente, éste puede buscar en un manual qué método es mejor para impartir una clase. El profesor es pasivo, no construye ni cuestiona los métodos o las prescripciones didácticas de pedagogos y psicólogos, sólo las retoma e implementa. Por otro lado, la didáctica filosófica no niega la importancia de la implementación de estrategias o métodos, de hecho es una parte primordial y básica para la enseñanza de la filosofía, lo que pretende es que el acto de enseñar y de implementar se vuelva objeto de reflexión, es decir, que se realicen preguntas como ¿por qué elijo esta estrategia y no aquella? ¿Las condiciones materiales me permiten usar éste método? ¿me conviene usar el método dialógico aún cuando mi grupo no tiene un acercamiento al tema? Los cuestionamientos colocan en otro nivel al docente, éste ya no es el mero profesor que implementa estrategias, es el filósofo que al dar clase se cuestiona su misma actividad, es el filósofo que configura su propio modo de enseñar de acuerdo a lo que entiende por filosofía, a lo que sabe, a lo que siente y a lo que es.
De profesor que imparte clase de filosofía a filósofo que cuestiona su práctica. La enseñanza de la filosofía es un problema filosófico que implica la radicalidad de la pregunta y de la reflexión; la renovación, la duda, la responsabilidad y el diálogo constante. Implica también la sinceridad, el reconocimiento y aceptación del cambio como parte de la realidad educativa. Así, Cerletti afirma que “Si consideramos a la enseñanza de la filosofía como filosófica, el profesor deberá ser un filósofo que crea y recrea cotidianamente un conjunto de problemas filosóficos y sus intentos de respuesta, y esto no lo hace sólo, sino con sus alumnos”[5] Queremos revalorar la enseñanza de la filosofía como problema filosófico y al docente no como mero profesor que sigue manuales para concluir contenidos programáticos, sino como un filósofo que al enseñar filosofía siguiendo su particular modo de ser, se aventura y aventura a los educandos en el viaje de la reflexión, del pensamiento y del constante preguntarse por sí mismos y por todo lo que les rodea.
Últimas observaciones.
La desconsideración hacia la enseñanza de la filosofía, dentro de la misma filosofía y fuera de ella, se ve reflejada cuando vemos que abogados, psicólogos, sociólogos, pedagogos y hasta veterinarios[6] imparten clase de filosofía bajo el esquema que hemos manifestado: que el manejo de contenidos permite dar la clase sin ningún contratiempo. Debemos dejar de lado el absurdo prejuicio de que la enseñanza de la filosofía es una “cuestión menor” o “meramente pedagógica”, como si por ser pedagógica no tuviera importancia alguna. No podemos dejar la tarea de la formación filosófica en manos de profesionistas que quizá realizan su labor con mucho empeño, pero a los cuales simplemente no les interesa el desarrollo de la filosofía. Si queremos que la filosofía sea relevante socialmente, debemos dejar de lado nuestra pretensión de que se trata de una disciplina abstracta a la cual pocos “elegidos” acceden y, además, tenemos que colocar todo nuestro empeño y responsabilidad por mejorar su enseñanza y por ampliar su difusión, pues recordemos que la impresión y la idea que de la filosofía se tiene depende en mayor medida del modo en el que la estamos enseñando.
Bibliografía:
Cerletti, Alejandro. La enseñanza de la filosofía como problema filosófico. Buenos Aires, Argentina: Libros del Zorzal, 2008. pp. 91
[1] Cerletti, Alejandro. La enseñanza de la filosofía como problema filosófico. p. 16
[2] Ibid. p. 21
[3] Ibid. p. 83
[4] Ibid. pp. 53-54
[5] Ibid. p. 78
[6] Al respecto véase la siguiente nota del diario La Jornada http://www.jornada.unam.mx/2011/08/09/sociedad/040n1soc
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Un comentario Agrega el tuyo

  1. Me parece muy importante y bien planteada la temática y de suma importancia en la actualidad.
    Ahora bien, respecto a las «últimas observaciones» me importa decir que el (digamos) «profesor filosófico» (que sería bueno que enseñara «filosofía» y que no faltara en otras disciplinas) no es tal por la profesión que tenga, sino por cómo encare la enseñanza de la filosofía. No cabe presumir que a un veterinario, por el hecho de serlo, no le interese la filosofía ni sea capaz de llevarla a otros (el Parménides no está demasiado lejos de eso…). Tampoco se sigue de su profesión que no sea capaz de leer o comprender textos filosóficos, o de leer filosóficamente textos, o de pensar problemas filosóficamente, y menos que no sea capaz de preparar sus clases de modo de mover a pensar a sus estudiantes y «abrirles la cabeza» o introducirlos en el mundo de la filosofía. Sí, quizás podría reprochársele no saber suficiente filosofía o no haber tenido una formación sistemática en ella.
    De hecho, he visto clases muy «filosóficas» dictadas por abogados y maestros de escuela, que a veces dedican su vida a la enseñanza filosófica. No son cualesquiera, por cierto. El principal filósofo uruguayo, Carlos Vaz Ferreira era abogado de profesión, como también lo fue Arturo Ardao: ambos maestros de filosofía y filósofos en los más profundos sentidos de esos términos.
    Por contrapartida, personas muy bien y sistemáticamente formadas en filosofía y con todos los títulos que se requieran: a) en ocasiones desprecian enseñar filosofía (al menos si no es en los niveles superiores), b) a veces llegan a organizarse para no enseñar en enseñanza media e incluso en profesorados, por considerar que «degradan» la filosofía o que lo que hacen no es «filosofía», c) a veces son pésimos profesores de filosofía.
    Es que, si somos coherentes con lo que se sostiene en el artículo, el problema de fondo no es tanto cuál sea la titulación formal del profesor de filosofía, sino cual sea su concepción de la enseñanza de la filosofía. Y más específicamente: ¿Considera o no que «enseñar filosofía» y (tendencialmente al menos) a «todos» es una tarea filosófica o no? ¿Se ve a sí mismo como filósofo en acción o como mero difusor de un corpus muerto?
    Probablemente no sea una tarea «matemática» enseñar matemáticas (aunque tiene una función matemática). Pero ¿podemos decir que realmente enseñamos filosofía cuando no intentamos, al menos, hacer esa enseñanza filosófica? Enseñar filosofía es un problema filosófico; propio de una didácticafilosófica. Aún cuando se limitara a «mostrar» filosofía, aunque fuera al estilo tan poco «académico» de los cínicos como Crates e Hipparquia, por ejemplo.
    Quiero decir: cuando decimos, con Alejandro Cerletti, que la enseñanza de la filosofía es una cuestión filosófica, decimos también que hacer filosofía implica enseñarla tanto como escribirla o practicarla. Como consecuencia, tan hacedor de filosofía es quien la escribe, como quien la practica, como quien la enseña… aun cuando hiciera una sola de esas actividades y no varias o todas.

    Mauricio

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