
Después recuerdo sus clases sobre el Tractatus, un curso maravilloso que duró varios trimestres donde analizamos casi aforismo por aforismo (aunque saltamos algunos enredadamente lógicos). El primer Wittgenstein le fascinaba, y siempre prefirió el Tractatus a las Investigaciones, un libro más sistemático, ordenado y también ambicioso; se sentía atraído, especialmente, por la salida final hacia una suerte de mística atea, desligada de las rancias instituciones religiosas. Por aquel entonces –a finales de los años setenta–, Villoro ya poco hablaba de Husserl, estaba escribiendo Creer, saber, conocer, y era su época más analítica. Además, dirigía una División de la recién creada UAM-I y era obvio que no le gustaba la gestión, realmente la padecía, traspapelaba documentos, se hacía bolas, y todo ello lo ponía de un humor de perros. Él prefería pensar, dar clases, escribir, defender las ideas y causas que consideraba justas… y gozar de la vida.
Después hemos sido colegas en la UNAM y he sido –como muchos– testigo de cómo ha ido interesándose cada vez más por las causas sociales. Villoro siempre ha sido un hombre de izquierda y desde joven ha apoyado abiertamente las causas que le han parecido justas, pero nunca lo he visto más comprometido que con la causa zapatista. Hace pocos años coincidimos en territorio zapatista, y como él ya tenía más de ochenta años, Fernanda Navarro y yo estábamos preocupadas cuando lo veíamos caminar, o más bien patinar, por los lodazales de la zona del EZLN, yendo hacia la siguiente presentación. Escuchaba con atención y trataba de no tener ningún protagonismo. El gran académico estaba convencido de que tenía mucho que aprender de los zapatistas. Unos años después de ese viaje, fuimos a cenar y, hablando de aquella estancia, me recriminó con un golpe de puño en la mesa: “¡Pero yo no entiendo, Isabel, por qué no te dedicas a la filosofía tojolabal!” Todavía este septiembre lo acompañé al examen de doctorado del último alumno cuya tesis ha dirigido: Miguel Hernández, un profesor chiapaneco que investiga sobre filosofía maya. Villoro estaba orgulloso de su alumno, pero no dejó de discutir ideas hasta el último momento. Era emocionante verlo, a sus noventa años.