¿Quién es Emilio Uranga?

Por José Manuel Cuellar Moreno

josemanuelcuellarmoreno@gmail.com

Entre 1947 y 1952, un grupo de jóvenes filósofos recorría las calles de la Ciudad de México, de las diez de la noche hasta el amanecer. Se hacían llamar el Grupo Hiperión y pregonaban una filosofía escandalizadora: el existencialismo. Entre sus palabras favoritas –las que pronunciaban en sus conferencias con un tono no siempre apacible– se contaba “responsabilidad”, “autenticidad”, “libertad”, “compromiso”. Concebían al ser humano como una “libre hechura” y a la “doctrina de la mexicanidad” del gobierno de Miguel Alemán –una doctrina que juzgaban cosificante y folclorista– opusieron una “filosofía de lo mexicano”.

El existencialismo hiperiónida se desbordó de los muros de la vieja Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM (la Casa de los Mascarones) para tomar por asalto los billares y los cafés del centro de la capital. En el epicentro de este terremoto se hallaba un joven de mirada chisporroteante y sonrisa cínica: Emilio Uranga.

Uranga nació en la Ciudad de México el 25 de agosto de 1921, hijo de un compositor de canciones populares, Emilio Donato, y una mujer “pulcrísima y poblana”: María González Traslosheros. Uranga pasó por los salones de la Escuela Nacional Preparatoria. Allí comenzó a estudiar el alemán y allí –acodado en los barandales de San Ildefonso– trabó amistad con Ricardo Garibay, Rubén Bonifaz Nuño, Henrique González Casanova. Su apabullante erudición y su estilo ácido e inclemente le ganaron ya desde entonces el apodo de Enemilio.

Para 1946, vemos a Emilio Uranga sentado en la segunda fila del aula del transterrado español José Gaos. Tenía por compañeros de banca a Luis Villoro, Jorge Portilla y Ricardo Guerra. Detrás del Grupo Hiperión se adivina la mano artífice de Leopoldo Zea y los auspicios de Samuel Ramos, director de la Facultad y autor de un libro que sigue encendiendo rubores: El perfil del hombre y la cultura en México.

En el aula del doctor Gaos se inculcaba el “moderno inmanentismo”: el historicismo de Ortega y Gasset, la fenomenología de Husserl, el existencialismo de Heidegger (sobre todo el Heidegger de Ser y tiempo). Emilio Uranga –Enemilio– terminó de apuntalar su fama de enfant terrible con una conferencia de julio de 1948 sobre Maurice Merleau-Ponty.  “Nos lanzábamos a la empresa de aclimatar en nuestro medio las ideas del existencialismo francés, de echarnos a cuestas la responsabilidad de una elección. Presentábamos o imponíamos una elección entre el existencialismo francés y el existencialismo alemán.”

La ruptura con la ortodoxia heideggeriana del doctor Gaos es una de las marcas de nacimiento del Grupo Hiperión.

En sus largas caminatas –de la Librería Francesa, ubicada en Reforma 12, a la Fuente de Petróleos–, Emilio Uranga desarrolló una “ontología del accidente”. Aquello que mejor caracteriza el modo de ser del mexicano no es el “complejo de inferioridad” diagnosticado por Ramos, sino un profundo sentimiento de insuficiencia o, para decirlo con la fraseología de la escolástica, un sentimiento de inminencia y accidentalidad. “La vida para el mexicano entraña un esencial ‘tronchamiento’ o ‘quebrazón’, acción y efecto de romperse bruscamente, súbitamente.” Ser accidental (ser-para-el-accidente) significa “vivir de prestado”, en estado de dependencia, bajo la amenaza constante de no ser, de ser desalojado de la realidad. El accidente es “la carencia de ser plenario”, lo que “siempre está de más, de sobra”;  lo contingente, lo que participa del azar. En otras palabras, una filosofía nacional –una filosofía de México y para México– debía partir de una dolorosa toma de conciencia: la conciencia de “ser otro”, de “ser lo otro”.

Las reflexiones de Uranga dieron como resultado un libro: Análisis del ser del mexicano (1952). El tono es abiertamente cínico: a la ontología –pretendidamente universal– le yuxtapone un gentilicio –del mexicano–, sólo que, en la filosofía de Uranga, el cinismo no es tanto un adorno retórico como una estrategia de develación de la verdad, que consiste en una inversión nietzscheana de los valores “en inconfundible gesto de plebeyo”. De este modo, la “filosofía de lo mexicano” se convierte en un “canal de riego” que “fecunda tierras lejanas”. Lo que, a juicio de Uranga, define a los seres humanos no es un color de piel, un género o un anclaje geográfico. Un “nuevo humanismo” tendría que ser abierto y poroso y asumir con lucidez el “dolor fluyente de nuestros penados corazones” (para decirlo con un verso de Ramón López Velarde, otra de las influencias decisivas de Uranga; véase La exquisita dolencia. Ensayos de Emilio Uranga sobre Ramón López Velarde, Bonilla Artigas, 2021).

Análisis del ser del mexicano cuenta aun con otro mérito: haber introducido a la discusión filosófica uno de los términos que hasta la fecha sigue suscitando un enorme interés: el término náhuatl de nepantla (estar en medio, en el centro, oscilando entre dos extremos contrarios, no siendo ni de aquí ni de allá, sumergiéndose contanstemente en lo imprevisible). Estamos, en suma, ante una filosofía retadoramente anticolonial. “La aguda reflexión de Uranga –escribió Luis Villoro en 2005– marcó un giro en nuestra filosofía que aún no ha sido apreciado suficientemente.”

Tras el boom del existencialismo mexicano, Emilio Uranga partió a Europa (Friburgo, Quickborn, Lovaina, París; véase Años de Alemania, Bonilla Artigas, UNAM, Universidad de Guanajuato, 2021). A su regreso, a mediados de 1957, se encontró con una filosofía que ya no podía catalogarse propiamente como “mexicana” debido a sus sospechosas pretensiones cientificistas y su inclinación anglófila. La atmósfera festiva del centro histórico había sido reemplazada por la “paz batallona de los seminarios” de los pedregales de CU.

Fotografía: Octavio Paz, Leonora Carrington y Emilio Uranga en el banquete por el lanzamiento de Claridades Literarias (30 de abril de 1959). Fuente: Zona Paz.

Emilio Uranga dio el brinco de la academia a la palestra del periodismo político (en Tiempo de México, Siempre!, Política, La Prensa, Revista de América, Novedades). Su columna, durante los 60, llevaba el nombre de “Examen”. Por ese cadalso desfilaron los acontecimientos y los personajes en boga. Uranga llegó a publicar más de 200 artículos por año. Se erigió en la “conciencia de la República”, por decir así, a la par que en uno de los más avezados críticos de literatura (véase Herir en lo sensible. Ensayos y artículos de crítica literaria de Emilio Uranga, Bonilla Artigas, 2025).

No sería justo afirmar que Uranga abandonó la filosofía o que su “ontología del accidente” se quedó trunca y en agraz. Más justo sería decir que el pensamiento de Uranga siempre fue renuente a la joroba del “filósofo docto” y que se decantó ya desde joven por un estilo de “banderillazos de fuego” y aforismos como estiletes.

Uranga todavía publicó dos libros: Astucias literarias (1971) y ¿De quién es la filosofía? (1977) en un intento por sustraerse a las pasiones afímeras y caedizas del periodismo. Solía referirse al existencialismo mexicano de medio siglo como un noviazgo de juventud que “pasó y ya”. “Lo cierto es que este pensamiento mexicano quedará ahí como un trasfondo de innumerables posibilidades todavía no explotadas exhaustivamente y ni siquiera cabalmente exploradas.”

Emilio Uranga falleció el 31 de octubre de 1988.

Lecturas sugeridas:

Emilio Uranga, Análisis del ser del mexicano (Porrúa y Obregón, 1952; reeditado por Bonilla Artigas, 2013).

José Manuel Cuéllar Moreno, La razón pendular de Emilio Uranga. Una historia del existencialismo mexicano (Herder, 2025).

Créditos de la fotografía: Zona Paz.

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